domingo, 14 de diciembre de 2025

LA PARADOJA DE LOS DENUNCIANTES UAP: MANUAL PARA INSINUAR SECRETOS SIN CRUZAR LA LÍNEA LEGAL

 



En los últimos años, nombres como Luis Elizondo, David Grusch o Christopher Mellon han aparecido de forma recurrente en los medios afirmando haber tenido acceso, durante su trabajo para el Departamento de Defensa u otras agencias vinculadas a la seguridad nacional, a información altamente sensible relacionada con el fenómeno UAP. Todos ellos sostienen que existen datos que no pueden revelar debido a obligaciones legales, acuerdos de confidencialidad, normativa sobre información clasificada y restricciones derivadas de la seguridad nacional. Al mismo tiempo, señalan que el gobierno oculta información relevante sobre la naturaleza del fenómeno UAP al pueblo estadounidense.

Hasta aquí, el planteamiento parece coherente, ya que quienes han trabajado en entornos clasificados están legalmente obligados a no divulgar ciertos contenidos. Sin embargo, cuando se analizan con detenimiento sus declaraciones públicas surge una paradoja que merece atención. ¿Cómo es posible afirmar públicamente que se ha tenido acceso a información extremadamente sensible, que contradice la narrativa oficial, sin que ello derive en consecuencias legales?

En otras palabras: ¿cómo puede alguien destapar información oficial explosiva… sin que pase absolutamente nada?

En el sistema jurídico estadounidense, la revelación ilegal de secretos no se produce por el simple hecho de afirmar que existe información clasificada o que se ha tenido acceso a ella, sino cuando se divulga de manera concreta el contenido protegido, identificable y no autorizado. La ley castiga la filtración de datos específicos, documentos, métodos, fuentes o programas, no necesariamente las declaraciones vagas, generales o ambiguas que no permiten verificar ni reconstruir información clasificada.

Como vemos los denunciantes UAPS se mueven en una zona gris.

Para entender mejor lo extraño de esta situación, conviene cambiar de escenario y llevar el mismo razonamiento a un terreno donde el secreto de Estado no admite ambigüedades ni titubeos: el ámbito nuclear. Imaginemos que el antiguo director de un programa nuclear estadounidense empieza a aparecer en entrevistas, podcasts y documentales diciendo algo como esto: que durante su trabajo tuvo acceso a documentación ultrasecreta, que habló directamente con científicos y personal con acceso restringido, y que gracias a todo ello sabe con certeza que el país posee capacidades nucleares muy distintas, y mucho más avanzadas, de las que se reconocen públicamente. Acto seguido, aclara que no puede dar detalles porque la información sigue siendo clasificada.

Aunque no revele cifras, diseños técnicos, ubicaciones ni nombres de programas, cualquiera entendería que algo así sería impensable. En el mundo nuclear, incluso una afirmación tan genérica ya sería un problema bastante serio. No porque se hayan dado datos concretos, sino porque confirmar que existen capacidades no reconocidas ya supone cruzar una línea legal muy clara. En ese ámbito, el secreto no protege solo documentos o planos, sino todo el campo de conocimiento: incluso las insinuaciones están prohibidas.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que ocurre en el discurso UAP todos los días sin que ocurra nada. Antiguos responsables de programas de inteligencia pueden afirmar públicamente que han visto material extraordinario, que han leído informes confidenciales o que han llegado a conclusiones que contradicen la versión oficial, siempre que eviten describir detalles técnicos verificables. No se les persigue, no se les sanciona y, en la práctica, se les permite hablar.

La diferencia no está en que el fenómeno UAP sea menos sensible o menos serio, sino en que no existe un régimen legal comparable al nuclear que blinde todo ese ámbito de información. Mientras que en ciertos sectores estratégicos incluso las frases ambiguas están fuera de juego, en otros se tolera un discurso basado en insinuaciones, autoridad personal y apelaciones al secreto. ¿Por qué no se le investiga a los denunciantes? ¿Por qué no hay consecuencias si están insinuando que poseen información clasificada que contradice lo que el gobierno sostiene públicamente? ¿Se puede acusar sin problemas a las autoridades pero al no mostrar pruebas no pasa absolutamente nada? O ¿Acaso hay algún tipo de estrategia oculta detrás de estas filtraciones que interesa a las agencias de inteligencia?

La paradoja es que los denunciantes UAPs no cometen una violación de la ley, porque se mueve cómodamente en los márgenes de lo permitido.

Cuando uno escucha con atención lo que afirma por ejemplo Elizondo el absurdo se vuelve aún más evidente. El exdirector de AATIP no se limita a sugerir que “algo ocurre” o “expresar su opinión”, sino que asegura haber visto documentos, filmaciones, fotografías y testimonios directos de personal con acceso a programas altamente restringidos. Aunque nunca entre en detalles operativos, el simple hecho de afirmar públicamente que han accedido a ese tipo de material durante sus funciones oficiales ya constituye, en teoría, una revelación de información clasificada. No necesitan mostrar una sola imagen ni citar un solo nombre, con declarar que han revisado expedientes o hablado con testigos internos, están confirmando la existencia misma de programas, investigaciones o hallazgos que el gobierno no reconoce oficialmente. Y aun así, estas declaraciones no generan el tipo de reacción legal que cabría esperar. Es ahí donde nace la contradicción ya que según la ley revelar que se ha visto información clasificada ya es una filtración… pero en la práctica, estas afirmaciones se toleran mientras se mantengan en un terreno difuso donde nada puede demostrarse, bajo el comodín de: “No puedo entrar en detalles porque es información clasificada”. Pero si sus aseveraciones fueran ciertas, ya estarían incurriendo en un delito, estarían revelando información protegida. Y si no es verdad, estarían atribuyendo sin pruebas acciones o encubrimientos gravísimos a instituciones de su propio país en las que han trabajado. Cualquiera de estas dos posibilidades debería generar algún tipo de reacción oficial. Algo.

Sin embargo, en la práctica no ocurre nada. Ni juicios. Ni sanciones. Ni procesos penales. Ni comisiones internas.

El resultado, visto lo visto, es que se puede afirmar casi cualquier cosa, mientras se termine la acusación con la frase “no puedo dar detalles porque es secreto”.

Si todo es falso, resulta llamativo, o muy sospechoso, que ninguna institución se moleste en desmentirlo de manera contundente para evitar confusiones o teorías dañinas. De hecho la tesis de la conspiración se acrecienta a pasos agigantados en los Estados Unidos por discursos como los enarbolados por Elizondo. Pero, si lo que afirman fuera cierto, sería todavía más extraño que se les permitiera anunciarlo abiertamente sin consecuencias legales.

En ambos casos queda flotando una sensación de incoherencia, una especie de vacío legal en el que los límites entre información protegida, libertad de expresión y responsabilidad legal parecen haberse desdibujado por completo.

Que todas estas declaraciones sean legales o que se permitan por parte de las autoridades no significa que todo sea normal. Al contrario, es bastante inusual que antiguos responsables de inteligencia hablen con tanta seguridad sobre hechos extraordinarios, afirmando que lo que dicen lo saben por experiencia directa y documentos confidenciales, y lo hagan ante comisiones del Congreso sin titubeos. No son simples comentarios ante los medios, ya que sus palabras han tenido repercusiones reales que han derivado en audiencias públicas, cambios en la narrativa oficial y en la creación de oficinas específicas para investigar el fenómeno UAP. Todo esto forma un cuadro muy curioso, aunque técnicamente no estén violando ninguna ley, el peso de su autoridad, la claridad con la que hablan y el impacto de sus declaraciones nos muestra que estamos ante algo fuera de lo común en materia de secretos de Estado.

En el mundo de los secretos oficiales, hablar con libertad sobre información sensible es prácticamente impensable. Cualquier filtración suele ir acompañada de investigaciones, sanciones e incluso procesos judiciales. Y sin embargo, cuando escuchamos a antiguos responsables de programas UAP relatar lo que han visto o leído, citando documentos y testigos sin aportar detalles concretos, sucede algo extraño: nadie los persigue, nadie los sanciona y sus palabras siguen teniendo efecto público. Esa combinación, credibilidad, autoridad y ausencia de consecuencias, es casi inédita en la historia de la inteligencia y la seguridad nacional. Es como si el sistema hubiera creado un espacio inusual donde ciertos secretos pueden insinuarse y debatirse, sin que se cruce la línea roja que activa la reacción oficial. Esa anomalía, más allá de su veracidad, resulta sorprendente: da la impresión de que algo se mueve tras bambalinas, que hay intereses que permiten mantener esta narrativa, dejando al público preguntándose por qué se tolera que se hable de ello.

Para concluir, tampoco se puede descartar que lo que relatan estos denunciantes no sea completamente cierto. Podrían ser verdades a medias, interpretaciones sesgadas, o incluso información que les fue presentada de manera deliberadamente engañosa para hacerles creer ciertas cosas. Sea cual sea el caso, esto evidencia que asumir la veracidad de sus afirmaciones sigue siendo algo difícil de evaluar.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


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viernes, 12 de diciembre de 2025

¿DE VERDAD ALGUIEN CREE QUE REVELAR LA EXISTENCIA DE VIDA NO HUMANA ENTRE NOSOTROS PONDRÍA EN RIESGO LA SEGURIDAD NACIONAL DE LOS ESTADOS UNIDOS?

 





Por algún motivo que no termino de entender una parte considerable de denunciantes, políticos, divulgadores y “confidentes” del fenómeno OVNI que han aparecido en los últimos 8 años repite, una y otra vez, el mismo mantra: “No puedo contar más porque estaría violando acuerdos de confidencialidad vinculados a la seguridad nacional de Estados Unidos”.

Es la excusa perfecta, pero también, si lo pensamos dos segundos, un argumento que se desploma como un castillo de naipes si lo sometemos a escrutinio.
Imaginemos por un momento un titular compartido por miles de medios de comunicación del mundo: “La humanidad no está sola: existen inteligencias no humanas que nos visitan.”
Esta noticia es la mayor exclusiva de la historia, no se trata de un dato militar, ni una divulgación de secretos. No es una lista de códigos de lanzamiento nuclear. No es la ubicación de silos, ni una filtración de la capacidad de defensa estratégica, ni procedimientos de seguridad de los Estados Unidos. Es, simplemente, la confirmación de que compartimos el universo, quizá incluso el planeta, con otra inteligencia.
Y ese anuncio, a lo sumo tambalearía egos, intereses, creencias y el establishment dominante, pero de ninguna de las maneras la seguridad nacional tal y como se nos vende desde hace unos años.

Pensar que semejante declaración sería un atentado contra Estados Unidos es desproporcionado y, de paso, concede a ese país, no sé muy bien por qué, el monopolio de controlar los tiempos del mayor descubrimiento de la historia. En realidad, sería un hito científico, social y cultural. Un Renacimiento 2.0.
Si mañana alguien apareciera ante las cámaras con pruebas sólidas e irrefutables de la existencia de inteligencias no humanas o seres extraterrestres, no necesitaría escoltas: necesitaría un equipo de asistentes para gestionar entrevistas, ruedas de prensa, premios, invitaciones internacionales y probablemente un asiento vitalicio en la ONU.
La comunidad científica se lanzaría de inmediato a estudiar el fenómeno. Las universidades competirían por liderar proyectos de investigación. Y el público convertiría las redes sociales en un hervidero durante meses.
Lejos de los escenarios apocalípticos que algunos imaginan, la reacción social tampoco sería un estallido de locura colectiva. La sociedad de 2025 está más que entrenada, o “vacunada”, contra todo tipo de anuncios impactantes: crisis globales, pandemias, avances tecnológicos vertiginosos, guerras, escándalos y una avalancha diaria de noticias sorprendentes. Además, lo más importante es que esta revelación no partiría de cero. El fenómeno OVNI lleva décadas instalado en el debate público, entre polémicas, testimonios, desclasificaciones y titulares recurrentes. Para bien o para mal, el terreno ya está allanado; la conmoción estaría ahí, sin duda, pero difícilmente derivaría en un caos social.
Convine subrayar de nuevo que la revelación de la existencia de inteligencia no humana no es un asunto exclusivo de Estados Unidos. No se trata de secretos estratégicos de un país, sino de un hallazgo de importancia planetaria, que afectaría a toda la humanidad. Tratar de encuadrarlo como un asunto de “seguridad nacional estadounidense” no solo es ridículo, sino que minimiza la magnitud de lo que sería el descubrimiento más trascendental de nuestra historia.
No hay que mezclar conceptos.

Insisto, la confesión de la realidad OVNI no requiere, de ninguna de las maneras, divulgar la ubicación de instalaciones secretas ni exponer tecnología clasificada. Basta con decir: existe vida inteligente no humana, y aquí está la evidencia. Punto. Entonces, ¿por qué tantos “denunciantes” insisten en que no pueden hablar? Porque es una postura cómoda. Porque confiere al testigo un status de poder. Porque crea expectativa sin compromiso. Porque coloca al informante en un pedestal sin tener que ofrecer lo único que realmente importa a estas alturas, una sola evidencia verificable.
Pero, sobre todo, porque evita enfrentar la pregunta esencial:
Si la información es tan monumental, ¿qué fuerza real podría tener un contrato de confidencialidad frente al impacto histórico de compartirla? La respuesta es obvia: ninguna.
Y eso nos lleva a cuestionarnos si realmente existe tal secreto.
Otra excusa habitual es el supuesto “temor por su integridad física”. Muchos confidentes aseguran que no pueden hablar porque serían perseguidos o incluso asesinados por fuerzas oscuras interesadas en mantener el secreto. Pero, si lo pensamos con calma, la lógica va en sentido contrario: quien revelara una noticia de tal magnitud se convertiría automáticamente en una figura histórica, un héroe protegido por la atención mediática y la opinión pública. Y, en el improbable caso de que algo le ocurriera, el efecto sería devastador para quienes intentaran silenciarlo, ya que solo añadirían un nivel más de infamia intolerable a sus actuaciones y confirmarían, ante millones de personas, que están en contra de la verdad y que ellos son los responsables del ocultamiento.

¿Qué país no querría liderar la divulgación del hallazgo de vida no humana en nuestro planeta?

La humanidad, puede lidiar perfectamente con la idea de no estar sola. Lo que no puede, y no debería, seguir tolerando es que se escuden en amenazas de seguridad nacional para evitar presentar pruebas. Confirmar la existencia de inteligencia no humana abriría una era.
Y quien diera esa noticia no necesitaría protección: necesitaría un robusto cuello para soportar una colección de medallas.
Además, de las declaraciones de los implicados se desprende que no se trata de robar ninguna evidencia de una caja fuerte cerrada a cal y canto, ni de transportar el cuerpo de un extraterrestre hasta una sala de prensa, sino que estas personas dan a entender que ya poseen esos datos vitales, lo que hace que la situación resulte aún más ilógica.
Y otro dato importante: nadie niega que el estamento militar pueda querer mantener este asunto en secreto por sus propios intereses o por el temor a las repercusiones que, según sus expertos, podría tener para la sociedad. Es evidente que, en esta interpretación de los hechos, la existencia de tecnologías avanzadas, sistemas de propulsión desconocidos o posibles aplicaciones armamentísticas puede generar tensiones entre potencias y alimentar los intereses de la industria de defensa, eso no se discute. Sin embargo, lo que aquí se está debatiendo es algo completamente distinto: la actuación por iniciativa propia de un persona o conjunto de personas, para revelar públicamente la existencia de esta increíble realidad. Por lo que este acto de divulgación no debe confundirse con las consecuencias geopolíticas ni con los intereses particulares de agencias de inteligencia, contratistas del Pentágono o el propio Departamento de Defensa. Esa distinción es fundamental para comprender la naturaleza del argumento que estamos exponiendo.

Por tanto, la conclusión más sensata podría ser que no existe una verdad absoluta, rígida y tan “cuadriculada” como a veces se nos pretende hacer creer.

¿Y SI LA VERDAD ES OTRA?

Existe otra posibilidad que rara vez se aborda. Es muy posible que el fenómeno OVNI no sea tan “naif” como hemos pensado siempre. La ideas de que estamos enfrentados a naves espaciales de chapa y tornillos y astronautas de otros mundos quizás no sea la correcta. Aun siendo real y no humano, es muy probable que estas manifestaciones sean tan complejas, extrañas o difíciles de encajar en nuestras categorías actuales que resulte complicado presentarlas ante los medios sin caer en el absurdo o en la incomprensión. Ese escenario sí podría explicar el mutismo, la ausencia de pruebas claras o la sensación de que siempre falta una pieza del interminable puzle. También podría justificar que muchos de estos confidentes interpreten mal lo que han visto o vivido, construyendo narrativas equivocadas que mezclan experiencias reales con conclusiones precipitadas. En otras palabras: no es que “no puedan hablar”, sino que quizá no saben muy bien cómo contar algo que aún no entendemos del todo.



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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lunes, 8 de diciembre de 2025

LUIS ELIZONDO: EL "MAGO" OVNI



Luis Elizondo ha sabido proyectar ante la opinión pública y los medios de comunicación una imagen de autoridad que, en realidad, se sostiene sobre una base mucho más frágil de lo que suele creerse. Aunque estuvo vinculado al AATIP (The Advanced Aerospace Threat Identification Program), su cargo no fue oficial, carecía de formación específica, no estaba remunerado, no tenía personal a su cargo, ni contaba con financiación propia. Fue, más bien, una función que él mismo asumió por interés particular. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta circunstancia ha generado un efecto de validación engañosa: mucha gente ha llegado a pensar que fue el director de una "todopoderosa" oficina OVNI del Pentágono y que tenía acceso privilegiado a una enorme cantidad de información secreta, algo que no se correspondía para nada con la triste realidad.

AATIP, en el fondo, no fue más que una iniciativa impulsada por un reducido grupo de personas convencidas de la realidad del fenómeno OVNI, todas ellas integradas, de un modo u otro, en el organigrama del Departamento de Defensa, el ámbito militar o los servicios de inteligencia.

De hecho, los responsables del famoso programa AAWSAP (Advanced Aerospace Weapon Systems Applications Program), que sí disponía de presupuesto y medios, nunca han reconocido a Elizondo un papel relevante más allá de lo meramente testimonial, sin acceso significativo a bases de datos ni a informes internos. Esto resulta especialmente evidente cuando se analizan sus intervenciones públicas y se les da su verdadero contexto: cuando habla de Roswell, por ejemplo, sus conocimientos no difieren demasiado de los de cualquier aficionado mejor o peor informado. Sus desastrosos análisis de supuestas fotografías de OVNIs lo dejan en evidencia por su falta de experiencia técnica en este ámbito. Todo apunta a que su conocimiento en materia fotográfica era muy limitado, que no tenía acceso a imágenes de calidad y que, en algunos casos, ni siquiera supo distinguir si lo que tenía delante era un simple truco o una imagen auténtica. Por todo ello, su vinculación con el AATIP no le otorga ni el estatus ni la autoridad que a menudo se le atribuye para hablar u opinar con la supuesta legitimidad que muchos le presuponen. Su papel dentro del programa, limitado y no oficial no justifica que sus declaraciones sean interpretadas como si procedieran de una fuente institucional privilegiada o experto consolidado.

Algo parecido ocurre con sus opiniones sobre el incidente del OVNI estrellado de Magenta (Italia, 1933), donde mezcla de forma intencionada impresiones personales con supuesta información que pudo conocer durante su etapa en el AATIP. Ahí reside, probablemente, el verdadero núcleo de la confusión y el modus operandi de Elizondo: desdibujar deliberadamente la línea que separa lo que realmente sabe de lo que cree o interpreta. Esa estudiada ambigüedad, cuidadosamente medida, acaba proyectándose tanto en la prensa como entre los aficionados, alimentando la sensación de que dispone de información privilegiada cuando, en muchos casos, solo está trasladando opiniones personales y conjeturas sin ninguna verificación. De hecho, una parte relevante de sus declaraciones procede de conversaciones privadas y no oficiales con personas que comparten su misma visión sobre los OVNIs, lo que refuerza la idea de que estamos frente a un relato circular basado en afinidades ideológicas más que en datos verificables.

Un mecanismo similar se repite en uno de sus compañeros habituales de viaje. Christopher Mellon, otro vocero que siempre asegura que sabe más de lo que cuenta, menciona el supuesto accidente OVNI de Kingman en 1953, un caso cuya veracidad es muy discutida entre los propios investigadores. En ambos ejemplos, se apela al peso del cargo y al entorno institucional para dar solidez a relatos que, en el fondo, siguen siendo extremadamente controvertidos y basados en opiniones.

Desde su meteórica irrupción mediática en 2017, Luis Elizondo ha fomentado y explotado la imagen de “garganta profunda”, situándose estratégicamente  en el centro del debate ufológico a base de grandes expectativas, promesas incumplidas y un discurso ambiguo repleto de sugerentes silencios. Año tras año ha insinuado revelaciones trascendentales que nunca terminan de materializarse, alimentando la esperanza de una “divulgación inminente” que siempre parece estar a la vuelta de la esquina, pero que nunca llega. Sus intervenciones públicas repiten una y otra vez los mismos argumentos, apoyados más en la quimera de lo que sabe y calla, que en información valida. Mientras tanto su capacidad real para aportar algo concreto más allá de la especulación se ha mostrado claramente limitado, e incluso ha protagonizado sonados errores. Lejos de dar ese paso definitivo que muchos esperaban, su trayectoria ha quedado marcada por la inoperancia para transformar las promesas en hechos, consolidando más una narrativa de expectativas eternamente aplazadas que un avance real en el conocimiento del fenómeno OVNI.

La pregunta que se desprende de todo este recorrido resulta inevitable: ¿estamos ante simples “oportunistas” que han sabido moverse con habilidad en un terreno fértil para la especulación, o ante peones bien situados dentro de una narrativa cuidadosamente construida y teledirigida por una mano en la sombra?





JOSE ANTONIO CARAV@CA


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jueves, 20 de noviembre de 2025

LA ANOMALIA DEL MAR BALTICO




Lo que comenzó como una expedición submarina rutinaria en busca de un barco con cargamento de  champán terminó convirtiéndose en un misterio. En 2011, el explorador sueco Dennis Åsberg, cofundador de Ocean X, vio en la pantalla del sonar algo que jamás olvidaría: “Esta cosa aparece de golpe en la pantalla… estamos hablando de 60 metros de diámetro, una cosa redonda en medio del océano” Lo que a simple vista parecía un círculo perfecto escondía detalles que desafiaban cualquier explicación natural: pasillos, ángulos de 90 grados, paredes lisas e incluso un agujero que parecía “respirar”, expulsando y absorbiendo sedimento como si tuviera vida propia. Los buzos que descendieron informaron de temperaturas anómalas cercanas a cero grados y se toparon con un material tan duro que no pudieron ni siquiera tomar muestras adecuadas. Bajo el sedimento, todo era de un tono “oscuro, casi negro” 

Pero el desconcierto no acababa en la forma del supuesto "objeto". Desde las primeras expediciones, anotaron fallas en los equipos cuando se acercaban a la anomalía: GPS inutilizados, drones y ROV que se apagaban sin razón aparente, radares que mostraban ecos inexistentes y brújulas que giraban sin sentido. “Hace que nuestros instrumentos se vuelvan locos… rompe el GPS, los ROV, los drones” relató Dennis, convencido de que la zona emite algún tipo de anomalía electromagnética todavía inexplicada  Además hay que sumar fenómenos meteorológicos puntuales —incluyendo tormentas eléctricas localizadas únicamente sobre el punto del hallazgo— que se repitieron año tras año, siempre en torno al "objeto".

Para su descubridor hay otro aspecto inquietante en esta historia, la presencia constante de barcos militares por la zona. Dennis asegura haber filmado naves francesas, alemanas, británicas y estadounidenses merodeando sin explicación alrededor del área de estudio, e incluso una corbeta sueca que se acercó directamente a su embarcación. Sin embargo, cuando preguntó a las autoridades militares si habían estado allí, la respuesta fue un desconcertante —y, según él, falso— “no” repetido varias veces: “Yo los he filmado… y no dijeron nada” 

El descubrimiento originó un gran debate en redes sociales pero pareció estancarse hasta que en 2024, de un dato que reabrió el caso por completo. El sub-bottom profiling reveló que la estructura no está unida al lecho marino: “No es una formación geológica” sentenciaron los científicos involucrados tras revisar los datos. Entre las teorías en juego para explicar esta famosa anomalía, que muchos ven similitudes con el Halcón Milenario de las Guerra de las Galaxias, Dennis maneja dos posibilidades. La primera: que se trate de una estructura artificial muy antigua, quizá construida antes de la Edad de Hielo, cuando el nivel del agua era diferente. La segunda: que el objeto sea un artefacto no humano, una tecnología desconocida que encajaría con los fenómenos electromagnéticos recurrentes y el silencio militar que rodea el caso.

Lo que sí descartan tanto científicos como geólogos es lo que no es: ni volcán, ni meteorito, ni formación rocosa, ni simple bloque glaciar. Nada encaja con los ángulos rectos, los pasillos o el círculo perfecto de 60 metros. Lo curioso, para añadir más misterio al asunto, es que un día después de una expedición en 2023, un meteorito explotó sobre el propio mar Báltico. “Hubo un boom sónico y mucha gente lo vio” recuerda Dennis, sin afirmar conexión alguna pero admitiendo que la coincidencia resulta difícil de ignorar 

En una reciente entrevista el explorador señala que: “Tengo que saber la verdad. No puedo dejarlo”. Después de 13 años de expediciones, fallos electrónicos, vigilancia militar y datos que desafían cualquier explicación geológica, Åsberg continúa convencido de que está ante algo único: “Tiene ángulos rectos, paredes, pasillos, agujeros… incluso una pieza triangular perfecta. Nunca he visto nada parecido” 


(Entrevista: “We Found A UFO At The Bottom Of The Baltic Sea!” -Treasure Hunter Dennis Asberg)




JOSE ANTONIO CARAV@CA


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jueves, 6 de noviembre de 2025

EL MAYOR PROGRAMA SECRETO DE OVNIS DEL GOBIERNO DE EE. UU. SE GESTÓ EN LAS VEGAS





Durante décadas, las autoridades estadounidenses insistieron en que los avistamientos de objetos no identificados eran, en su inmensa mayoría, fenómenos explicables. Pero en los despachos de inteligencia y dentro del Pentágono existía otra verdad: una carrera militar clandestina, un pulso tecnológico para intentar descifrar el modo en que operan las misteriosas naves vistas en los cielos y océanos desde hace más de 80 años. Esa carrera, y el mayor programa de investigación ovni jamás financiado por el Gobierno de EE. UU., tuvo su cuartel general en Las Vegas. Eso al menos asegura el periodista George Knapp, del canal 8 News Now en una reciente entrevista para un canal de televisión de Las Vegas. Knapp se refiere al AAWSAP (Advanced Aerospace Weapons System Application Program) que fue gestionado en total secreto con un presupuesto inicial de 22 millones de dólares, gracias al impulso directo del fallecido senador por Nevada, Harry Reid. Reid, antes de morir, aseguró que existe un desafio entre potencias por conocer esta realidad: “La carrera es real y será mejor que la ganemos.”

Durante más de ocho décadas, EE. UU. dijo públicamente que los ovnis no representaban un peligro. Sin embargo, puertas adentro, las agencias de inteligencia reconocían que era necesario adelantarse a Rusia y China en la comprensión, y eventual reproducción, de la tecnología desconocida vista repetidamente por pilotos y radaristas.

Knapp afirmó que: “Las agencias de inteligencia y el Pentágono reconocieron que existe una competencia extremadamente seria para descifrar la tecnología UAP antes de que lo hagan Rusia o China.”

El Dr. Lacatski, agente de carrera de la DIA (Defense Intelligence Agency), pasó décadas analizando tecnología enemiga capaz de destruir naciones enteras. Su compromiso con el secreto era absoluto. Knapp lo describe así: “Era y es un guardián de secretos, y consideraba su juramento y su autorización de seguridad como algo sagrado.”

Hoy, retirado parcialmente, comparte con extremo cuidado aquello que aún puede divulgar. Lacatski fue quien diseñó y dirigió AAWSAP, despues de conocer los extraños eventos extraños que ocurrían en el denominado Skinwalker Ranch, un remoto enclave de Utah conocido por fenómenos inexplicables. Tras visitar el lugar acompañado por su propietario, Robert Bigelow, quedó convencido de que había que investigar a fondo estos hechos anómalos: “Queremos aprender qué puede convertirse también en un arma. Y básicamente ese era nuestro trabajo.”

AAWSAP se alojó dentro de una filial de Bigelow Aerospace y reunió un equipo de 50 investigadores a tiempo completo, operando en casi total clandestinidad. Sus resultados fueron extraordinarios:

114 informes técnicos y científicos.

La mayor base de datos ovni del mundo, compilada por personal del gobierno.

Casos verificados por radar, pilotos y testigos profesionales.

Han pasado catorce años desde el fin oficial del programa, y la DIA aún no ha desclasificado los archivos. Pero Lacatski sí lo ha hecho parcialmente a través de su nuevo libro, New Insights, que presenta material extraído directamente de esos informes. Knapp subraya que: “El material del libro proviene de archivos del gobierno… recopilado por personal del gobierno en un programa financiado por el gobierno.”

Las revelaciones contenidas en esos archivos son inquietantes según el periodista de Nevada:

1.- Naves gigantes que cambiaban de forma en pleno vuelo, observadas por pilotos comerciales.

2.- Testigos que sufrieron cambios fisiológicos tras un encuentro cercano.

3.- Consecuencias médicas severas en múltiples casos investigados.

4.- Fenómenos paranormales en hogares de personas que previamente habían visto luces o triángulos en el cielo.

5.- Actividad extrema en torno a Skinwalker Ranch, incluyendo criaturas, mutilaciones y episodios semejantes a los “hombres de negro”.

Quizás la afirmación más sorprendente que Lacatski reconoce abiertamente es que el gobierno de EE. UU. posee al menos un artefacto recuperado de origen desconocido.

Knapp confirmó que: “El gobierno tiene en su poder, al menos, una nave recuperada de origen desconocido… una máquina voladora sin alas, sin motor, sin combustible y sin depósitos de combustible.” Cuando Knapp le preguntó cómo puede un objeto sin motor ni alas ser considerado un vehículo, Lacatski responde sin rodeos: “Puedes verla volar. Quiero decir… puedes estar bastante seguro de que no estamos tratando con humanos.”

Aunque AAWSAP estaba cumpliendo todos sus objetivos en apenas 27 meses, la financiación se cortó bruscamente. Las teorías abundan, pero un correo del propio Lacatski apuntó al responsable decisivo: Harry Reid. El senador temía que detalles del programa se filtraran desde su oficina, donde sospechaba que alguien estaba infiltrado para sabotear su campaña de 2010. Knapp señala que: “Él estaba preocupado de que la historia saliera a la luz. Que nos afectara… que dejara de ser senador de los Estados Unidos.”

Paradójicamente, Reid ganó con holgura y, ya como líder de la minoría, garantizó que parte de la investigación continuara en otros canales.

Aunque evidentemente no se trata de una divulgación oficial, Lacatski está convencido que: “Podemos estar bastante seguros de que no son humanos.”

Ahora solo falta una confirmación o validación oficial para estas sensacionales informaciones que siguen, al igual que los ovnis, en el aire...




JOSE ANTONIO CARAV@CA


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lunes, 3 de noviembre de 2025

EL ENCUENTRO CERCANO ENTRE HYNEK Y SPIELBERG




En 1977, el estreno de la esperada Close Encounters of the Third Kind (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, traducida en España como Encuentros en la Tercera Fase) marcó un antes y un después en la historia del cine de alienígenas. Más allá de sus efectos visuales revolucionarios o la partitura inolvidable de John Williams, la película fue, el primer reflejo fiel en la gran pantalla de lo que era el fenómeno OVNI alejado del sensacionalismo y de la fantasía desbordada que hasta entonces dominaban las historias sobre extraterrestres en el cine. Y todo fue posible gracias al encuentro del director Steven Spielberg con el astrónomo y ufólogo Dr. J. Allen Hynek, cuya investigación científica inspiró directamente el título, la estructura y el tono general de la historia.

Hynek, harto conocido en el medio ufológico internacional, y considerado por muchos como el padre de la ufología científica, había publicado en 1972 su libro The UFO Experience: A Scientific Inquiry, donde propuso una tipología rigurosa para clasificar los incidentes OVNIs: los encuentros cercanos del primer, segundo y tercer tipo. Aquella idea, nacida de su trabajo como asesor de la Fuerza Aérea estadounidense en proyectos como Blue Book, llamó poderosamente la atención de Spielberg, quien buscaba una aproximación más seria y documental al misterio de los platillos volantes de lo que hasta la fecha había ofrecido Hollywood.

De hecho el joven cineasta convirtió el texto de Hynek en lectura obligatoria para todo su equipo creativo para que supieran captar la idea de su guión. Incluso cambió el título definitivo de la película por Close Encounters of the Third Kind. Sin embargo, en un primer momento, ese homenaje casi provoca un conflicto entre el científico y el estudio.

El 8 de enero de 1976, Hynek envió una carta a Columbia Pictures expresando su malestar al descubrir, por una revista, que el título de su libro sería usado en una película de Spielberg. Aunque el astrónomo se sintió halagado por la inspiración, lamentó no haber sido informado directamente por el afamado director.

Spielberg personalmente respondió con una carta de disculpa, explicando que había sido un amigo quien le sugirió el título tras leer la obra de Hynek. El malentendido se resolvió amistosamente mediante un acuerdo de compensación y colaboración profesional. La productora pagó a Hynek:

• 1.000 dólares por el uso del término Close Encounters of the Third Kind.

• 1.000 dólares adicionales por los derechos para emplear historias y conceptos de su libro.

• Y 500 dólares diarios durante tres días como asesor técnico en el rodaje.

Hynek, con su característico humor, más tarde comentó: “Nunca pensé que un profesor de astronomía caería tan bajo”, y bromeó diciendo que si Spielberg hacía una secuela, “esperaba ser un mejor hombre de negocios la próxima vez”. A pesar del tropiezo inicial, Hynek y Spielberg desarrollaron una relación cordial. El científico fue descrito por sus colegas como un hombre tranquilo, poco dado a la confrontación y siempre dispuesto a colaborar. 

Durante el rodaje, Hynek pasó tres días en el set de Mobile, Alabama, donde un hangar fue transformado en el escenario del encuentro final con la nave nodriza. Escena cumbre del film. Allí, además de asesorar en aspectos técnicos, tuvo una breve aparición en pantalla: un cameo de apenas seis segundos, en el que se lo ve avanzando hacia la nave con su inconfundible barba y pipa, mientras otros científicos observan asombrados el encuentro con los alienígenas. Spielberg había filmado originalmente una versión más larga en la que los extraterrestres interactuaban con Hynek, pero el propio astrónomo agradeció que esa parte fuera eliminada, considerándola “cursi como el infierno”.

Evidentemente la influencia de Hynek se extendió mucho más allá del título. Varias escenas se inspiraron directamente en casos reales documentados en su obra, como el del policía Dale Spaur, quien persiguió un objeto luminoso durante kilómetros, recreado casi al detalle en la secuencia de los patrulleros.

El personaje del investigador francés Claude Lacombe, interpretado por François Truffaut, fue un homenaje al colega y amigo de Hynek, el científico francés Jacques Vallée. El diseñador de efectos especiales Douglas Trumbull explicó que la visión de Spielberg, en sintonía con la de Hynek, era “mostrar la fascinación, la belleza y el asombro” del contacto con lo desconocido, en lugar del terror y la invasión.

Tras el estreno, Hynek se declaró “muy complacido” con la película y confesó que “amaba a Spielberg”. Su participación lo catapultó a la cultura popular: su nombre apareció en programas de televisión, artículos de prensa y hasta en el juego de mesa Trivial Pursuit.

Close Encounters provocó un auténtico fenómeno social. El Centro para Estudios OVNI (CUFOS), fundado por Hynek, recibió una avalancha de informes de avistamientos, donaciones y solicitudes de información. Incluso Spielberg realizó una contribución económica al centro, como muestra de gratitud.

Hynek esperaba que la película ayudara a que hablar de OVNIs dejara de ser una “mala palabra”. Su deseo se cumplió en parte ya que el filme legitimó el tema en la cultura de masas y abrió la puerta a un debate más formal.

Con el paso de los años, Close Encounters of the Third Kind ha mantenido su estatus como un hito cultural y una obra fiel al enigma OVNI. En ese sentido, podríamos decir que la relación entre Hynek y Spielberg fue, en sí misma, un “encuentro cercano” del mejor tipo.



JOSE ANTONIO CARAV@CA

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domingo, 19 de octubre de 2025

ELIZONDO: MAESTRO DE LA CONFUSIÓN



Luis Elizondo, sin duda, es una de las figuras centrales de la nueva narrativa UAP, pero sus tácticas comunicativas lo han convertido, con el paso del tiempo, en la personificación del trilero que juega con la ambigüedad de forma constante para mantener su status de "garganta profunda." Desde que se dio a conocer en 2017, sus apariciones públicas y entrevistas han seguido un patrón calculado y ajustado a guión, del que nunca se sale. Su discurso está medido al milímetro para aparentar siempre que sabe mucho mas de lo que cuenta. De hecho, esto se cumple a rajatabla en una de sus últimas entrevistas donde ha hablado del caso Roswell, en su tono habitual, de abrir y cerrar la puerta en un segundo: "Lo que se me ha permitido decir es que se recuperaron muestras biológicas en el accidente de Roswell". Siempre se escuda en declaraciones que remiten a supuestas restricciones de seguridad que le impiden hablar, aunque si le está permitido soltar "titulares". Esta táctica ya aburre. 

Desde hace 8 años, el bueno de Elizondo no hace más que avivar la constante promesa de grandes revelaciones, siempre a punto de materializarse pero que nunca llegan. Y aunque parezca increíble este es el motor que lo mantiene relevante en ciertos sectores de la ufología norteamericana. Ni sus meteduras de patas injustificables presentado fotografías UAPs falsas ha hecho que, por el momento, se le relegue de su trono nunca merecido.




JOSE ANTONIO CARAV@CA


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